CAPÍTULO 9: BITÁCORA: HACIA TENNESSE (Borrador archivo Diego Henestrosa.
Investigador Privado)
Salimos
del conjunto habitacional y bajamos por la avenida. Gatsby pone la radio y no
se molesta en cambiar de estación cuando escucha la voz de un locutor que habla
como si le pagaran por palabra dicha. El silencio en esa parte de la Ciudad era
oscuro y denso. A la derecha podíamos ver un lago tintineante hecho de
alumbrado público, luces amarillas y rojas de automóviles que iban o regresaban
hacia cualquier lado y luces de la zona de bares, restaurantes y antros. Más
allá, los negros cerros que han custodiado este valle de lágrimas desde siempre, siguen firmes; y al decir
esa frase recuerdo mis clases de catecismo, porque para mí la palabra “valle”
tiene un complemento ineludible.
El
silencio hecho de la monotonía del locutor se comenzaba a hacer incómodo de tan
natural que se sentía, así que me obligué a sacar un tema de conversación.
-Mira,
todo por aquí se ve como en esas malas películas de terror, ¿no crees?-
-Sí,
un poco, pero en ese caso nosotros seríamos los fantasmas, los lobos, los
psicópatas- Me dice como si de ante mano hubiera estudiado la respuesta para
comentarios de este tipo, voltea a ver la mancha de luz sobre la Ciudad
mientras saca un cigarrillo y todo está tan perfectamente atemperado que me
siento engañado, como si todo formara parte de un guión de cine que sólo yo
ignoro y eso me fastidia porque soy de los que tienen la respuesta, el
comentario, la actitud perfecta sólo cuando ya ha pasado el momento adecuado.
Entonces nos vamos en silencio, me digo; y únicamente para enfadarme comienza a
sonar The passanger con Iggy pop y únicamente para enfadarme,
como si hubiera leído mi pensamiento, Gatsby me voltea a ver de reojo,
lentamente, con un esbozo de sonrisa que me hace estallar el pensamiento, concéntrate Diego,
visualiza lo que va a pasar a continuación porque tú sabes que ha llegado el
momento de meter las manos al lodo, me digo. Y así nos adentramos al bullicio hacia las
imposibles calles de la Zona Rosa.
Antes
de entrar en el estacionamiento, Gatsby me pide unos minutos para deshacerse del
maquillaje y cambiarse de atuendo, te vas a quitar toda la producción le
comento jocosamente y ella sonríe, la producción… no el contenido, me responde.
Cuando sale ha rejuvenecido por lo menos diez
años
y entonces sí se van a
la mierda todas esas frágiles aspiraciones románticas ocultas detrás de mi seca
personalidad. Al entrar el chico del valet parking mira mi auto con cierto
desaire que me pesa aunque no me guste admitirlo Borrar
luego Caminamos por las calles, ni siquiera me molesto en
saber de lugares o de personas, de cualquier forma me siento
como si viniera de otro planeta y casi todos allí son idiotas, los veo con esa
actitud de quien está demasiado consciente de que el momento que vive es
“único, especial e irrepetible” aunque cada semana hagan exactamente lo mismo,
de la misma manera, claro, eso pasa cuando no te encargas de los datos duros de
tu vida. Ingresamos al lugar y no que tenga qué ver exactamente, pero algo me recuerda que eso de lo “naco es chido” me ha
parecido detestable desde siempre, es como decir que la miseria es chida,
porque lo naco es consecuencia de la miseria y no viceversa, pero todos estos
niños no vivieron esa época, ahora les pareces algo exótico y contracultural
cuando en ese momento únicamente se trataba de superviviencia; y este lugar
está lleno de motivos y frases por el estilo, unas más esnob que otras, pero me
suena a que nadie entiende aquí el sentido sarcástico de la frase “la ignorancia
es una dicha”.
Nos
dirigimos a la barra, en el camino Gatsby encuentra a varios conocidos que solo
de ver mi pinta y luego de rápidos saludos con las cejas me anulan impunemente
de la conversación, pero me parece bien, sólo uno me tiende la mano y me cae como
patada de mula sin embargo cuando pienso que debería saludarle sólo con un
movimiento de cabeza ya le he tendido también la mano pendejo!!. Aprovecho los miles de abrazos y besos y
rápidas noticias sobre sus recientes viajes, descubrimientos espirituales,
artísticos y etno-turísticos, para irme a la barra.
El
barman luego de una rara mezcla digna de los juegos de química Mi alegría, de darle tres piruetas a un trago y
deslizarlo por la madera me dice algo pero con tanto ruido lo logro oírlo, toda esa situación me
recordó un documental de Ñús que había visto la semana pasada en televisión,
donde los animales tratan desesperadamente de cruzar el río lleno de
cocodrilos, como si el torpe desbocamiento fuera indispensable para divertirse
más, cono si “diversión” tuviera superlativo, como si todos por allí estuvieran
aterrados de divertirse menos que el otro. El barman me vuelve a preguntar y ahora sí
le escucho, me dice que qué voy a pedir y casi le grito que una copa de
whiskey, porque el raro tono grave de mi voz hace que generalmente se pierda,
él se me queda viendo como estúpido y creo haber actuado por reflejo porque
parece que también puse cara de estúpido y así nos miramos unos segundos
esperando que alguien diga algo hasta que él hace un gesto de “yo no entenderte
anciano”, sí, una copa de whiskey, en un vaso, le digo y le hago la seña con
las manos, o sea cómo, ¿en las rocas?, me pregunta, como si hubiera otra forma
de tomarlo, como si no supiera que cuando alguien quiere un
whiskey solo, lo pide así: solo; como si no supiera que cuando alguien quiere
diluir un trago con alguna tontería como hacen los universitarios, lo pide así. Le respondo que
que obviamente en las rocas. El tipo da un medio giro artístico, lanza
la botella, al aire y la agarra por el cuello, luego toma el vaso, lo gira tres
veces sobre su eje y antes de que se detenga cae el hielo que ha lanzado con la
otra mano, y yo miro hacia todos lados tratando de encontrar a la persona que
quiere impresionar, finalmente lo empuja hacia mí con sus dedos índice y medio
y antes de que se recargue orgulloso sobre la barra
y antes de que el otro barman me cobre, me bebo el trago hasta el fondo y
deslizo el vaso hacia ellos también con mis dedos, quiero decir, con mi dedo medio, pero esta vez sin tantas rocas le grito. El segundo
barman me dice con mala actitud que son cerca de cien pesos y me extiende la
mano; pienso que con cuatro tragos me puedo comprar dos botellas de VAT 69 y
que qué jodida manía de estarte cobrando cada trago sobre la barra, pero así es
todo de impersonal ahora. Él barman me mira falsamente molesto y de inmediato
sonríe tirándome barrio, se deshace de la mano que me cobra y esta vez me sirve
uno doble sin florituras, haciéndome la seña de que van por la casa; le
agradezco con una sonrisa de camaradería justo para la llegada de Gatsby que se
disculpa por no presentarme, no te preocupes mientras menos idiotas conozca
mejor y un poco se ofende, cómo sabes que son idiotas si no los conoces, luego
te digo porque aquí voy a acabarme la garganta, lo deja pasar y me cuenta que encontró
a unas chicas y le dijeron que habían visto a Tennesse por allí bailando
montada sobre tres tipos, que nos demos una vuelta para buscarla y nos demos
prisa porque sólo baila así cuando está bastante borracha. Tomo el vaso, me
despido de mi más reciente amigo y caminamos a empujones mientras pienso que nos la pasamos toda la semana a
empujones en el transporte público para ganar dinero y venir a gastarlo entre
empujones a estos lugares.
En serio, ustedes dónde tienen los filtros, mira, uno de los idiotas ya consiguió pareja,
le digo a Gatsby que voltea hacia la entrada y abre tanto los ojos que parece
van a salirse ¡Es Tennesse, es ella! Me grita al
oído. No creo, esa es una niña
y no se ve como una puta
(aunque seguro lo sea), le respondo desde mis prejuicios ¡Es ella, pero no
trae "producción" como dices, vamos! Me bebo el trago de una y nos abrimos paso esta vez a
empujones violentos, entre mentadas de madre y amenazas. Para cuando salimos
han desaparecido entre el mundo de gente que camina y como todos se ven
igualitos no podemos ubicarla ¡Allá, en la esquina! Si no dónde, pienso pero considero que es mal momento para un chiste de
mal gusto, anda, alcánzalos yo no puedo correr con estos tacones y le miro los tacones,
muy bonitos le comento, le dejo el vaso y echo a correr para alcanzarlos pero
unos metros adelante empiezo a sofocarme, siento los pulmones como dentro de
frascos de Gerber, se me seca la boca y se me forma un pantano en la garganta,
comienzo a sentir destemplado el pecho, sé que viene esa tos de fumador y que
no puedo más. Alcanzo a duras penas la esquina, la veo subirse en uno de esos
horribles Mazda que la mercadotecnia le vende a los chicos “reventados”. Tennes…,! intento gritarle pero las flemas y la tos
me ahogan. Ellos parecen irse, luego se detienen, dan la vuelta y se dirigen
justo hacia mí que no puedo ya ni sostenerme en pie, trato de hacerles señas
con la mano y aunque uno me ve, ya tiene a Tennesse sobre las piernas y no va a
saltarla por lo menos esta noche. Pasan de largo en tanto se acerca Gatsby con
esa graciosa forma de correr que tienen las chicas con tacones altos, cuando
escucho el intenso ritmo de unos botines de hombre; intempestivamente pasa
corriendo junto a mí como, alma que lleva el diablo, un tipo de gabardina
negra, que casi les da alcance en el siguiente semáforo ¡Es mi hombre!, pienso
conforme tomo asiento en la banqueta. A su lado se detiene un chevy gris, el
tipo de la gabardina sube y se pierden en franca persecución.
-Qué
pasó, qué fue todo eso- pregunta Gatsby. Trato de responder mientras recupero
el aliento.
-Pasa
que llevo treinta años fumando, que Tennesse se fue con tu amigo el único de
los idiotas que me saludó de mano y que ese de la gabardina que iba hecho la
chilla es nuestro hombre misterioso, pero no te preocupes, yo creo que tú sabes
a dónde podrían ir-
-Cómo
podría saber, cada cinco minutos cambian los lugares de moda-
-sí,
pero la monotonía es un bien común, aunque todos ustedes creen que lo que hacen
único, auténtico e irrepetible, estoy bastante seguro que conoces la ruta, ¿qué
harías si estuvieras con Tennesse?-
Gatsby
lo piensa un momento.
-iríamos
a una mezcalería, a una pulquería o a uno de esos sucios bares a…-
-a
vivir una experiencia, etno-turística ¿no?-
-algo
así-
-y
ella está bastante borracha, así que por una parte van a un lugar conocido y
por otra parte, cerca de la casa de estos güeyes, para que la transición de la
mesa del lugar a la cama de alguno de ellos sea rápida. Pues vamos por el carro
y los alcanzamos allá, tú me indicas por dónde-
Gatsby
me ayuda a levantarme, saco un cigarrillo y lo enciendo, ¡vas a fumar!, dice
entre sorprendida y regañona. No creo que vayamos a correr más esta noche,
respondo. Ella parece realmente preocupada aunque no atino a saber por qué
exactamente. El fuego aparece y vamos dejando rastros de humo hasta el
estacionamiento.
Subimos
al auto y para estar ad hoc con la actitud del valet parking no le
dejo ni un centavo de propina. Salimos a la calle.
-Porque
crees que mis conocidos son idiotas si nos los conoces-
-No
me hace falta conocerlos, pero el cuento es muy largo-
-En
algo hay que entretenernos mientras llegamos o tienes una mejor idea- Me
congelo de inmediato y siento que necesitaría otro whiskey doble para ponerme
impertinente, así que me suelto a hablar porque es lo que hago cuando estoy
nervioso o aburrido.
-Pues mira, son idiotas porque todos están
desesperados por demostrar que valen algo, que son importantes para la vida,
que son distintos a la gran mayoría de mediocres que vivimos vidas aburridas y
no tenemos “pensamientos profundos”. Son del tipo que van a relacionarse con
los miserables como van los turistas a los pueblos indígenas y esa
condescendencia no´más no la soporto, es como si nos quitaran el único resto de
dignidad, precaria y de la chingada, pero nuestra; y tampoco creo que sea la
mejor forma vivir pero es peor considerarla un souvenir, sobre todo porque les importa una
chingada el estado de las cosas, van con esa pinta de libre-pensadores que
tienen una conciencia elevada pero nada más para
hacerse los interesantes, para meterse a las chicas tontas a la cama, para
quedarse con los influjos en las cosas del mundo y todo el favoritismo de la
puta alegría, como dice Tomás Segovia… y todavía peor los que estando dentro de
ese espacio de privilegiados se dedican a mostrarse al margen como si fueran
los dueños de la contracultura de la contracultura, como ese que me dio la mano
y que ahora seguro se la está dando a Tennesse… pero qué sarta de pendejadas
neo hippies, todo es ambiguo hasta que tienen que pagar sus cuentas con trabajo
propio o alguien se mete con lo que consideran su propiedad privada, nadie es
realmente así de relativo en el mundo real, de otra forma no serían tan
pretenciosos. Los artistas de verdad están volviéndose locos, no tienen tiempo
ni dinero ni ganas de venir a lugares como a los que asisten tus amigos-
-¿Y
entonces yo soy una idiota pretenciosa por conocerlos, por haber salido con
ellos?-
-No
sé, pero es diferente con ustedes, para ustedes todo esto es sólo un
pasatiempo, una especie de paliativo, un medio… y de cualquier forma no
quisiera decretarlo, trato de que mis prejuicios no lleguen más allá de mi
nariz-
Nos
quedamos en silencio y yo me sumerjo en las ideas redundantes que me persiguen
desde los veinte años……………………………………………………………………………………..quitar!!!
Más
tarde, para evitar el silencio incómodo saco de la guantera un cassette con
Miguel Mateos en la portada, lo que ocasiona que abruptamente se rompa
la rigidez que dejé con mis dizque reflexiones morbosas con las que intento
sonar muy solemne, cuando Gatsby rompe en carcajadas,
doblándose de la risa, quiere hablar pero las risotadas no se lo permiten, como
puede se burla de que no tenga CD en mi auto, de lo viejo y usado de mi
cassette y sobre todo de que sea de Miguel Mateos. No te preocupes, no es de
Miguel Mateos, es un mezclado que me hizo un viejo amigo; y esto la hace
rebotar literalmente en el asiento porque no había escuchado que alguien
siguiera grabando canciones de esa manera. Debo confesar que me molesta un
poco, pero lo dejo pasar, meto el cassette en el estéreo y comienza a sonar Jubilee Street de Nick Cave & The Bad Seeds... la
risa loca de Gatsby que es como torbellino de alegría, poco a poco se apacigua
y se sumerge en una tensa calma.
Llegamos
a las calles del centro y un operativo nos conduce hacia un asqueroso bar de
poca monta lleno de putas acabadas, de borrachos lamentables y travestidos
drogados hasta el cuello; un lugar que los idiotas confunden con el arrabal,
pero no pasa de ser una letrina. Nos acercamos, le digo a Gatsby que espere en
el auto y me las arreglo para
entrar. Los policías tienen que encender cigarros
porque apesta a podrido y mierda, a sudor rancio. Hay agentes entrando y
saliendo; varios arrestados y en la parte posterior todavía se escucha a un par
que se resisten. Voy a ver qué sucede y en el piso encuentro una gabardina
negra, aprovecho el descontrol que ocasiona que dos travistes intenten huir y
la tomo. Salgo discretamente y regreso al auto. Le digo a Gatsby que tenemos
algo, pero que está por amanecer, que definitivamente no puedo pagarle por su
tiempo y que tengo que alimentar a mi gato. No hay problema, nada más déjame en
mi casa. Cruzamos todo el Eje central y luego nos dirigimos hacia Coyoacán, le
digo que estaré informándole todo lo que vaya encontrando y ella comenta que no
puede acompañarme la siguiente noche pero que la otra seguro sí, que hay que
encontrar a esa chamaca y saber quién diablos es el otro; nos detenemos en la
esquina de Tres Cruces y Francisco Ortega, antes de bajar Gatsby me mira con
rostro neutro pero con ojos alegres., me toma del brazo ¿de dónde saliste tú?
Espero que del vientre de mi madre. Con más cansancio que ternura saca un
suspiro a manera de risa, toma sus cosas y va a salir del auto cuando se
detiene de imprevisto. Oye, qué es una "chilla"... sí dijiste que iba
corriendo hecho una chilla. La verdad, lo ignoro, así decían mis abuelos, pero prometo investigarlo. Esta vez con
más ternura que cansancio me pide que descanse y sale. La veo abrir la gran
puerta y desaparecer tras ella. Me quedo allí un rato, enciendo el último
cigarro y aplasto la
cajetilla, para entonces el frío está calando, le subo al estéreo y suena desde mi viejo cassette Te quiero, con Emilio Tuero, recuerdo que los gatos no beben agua que no sea
fresca y avanzo entre las calles mientras las personas, que hacen girar la
rueda que mantiene en movimiento este mundo de porquería, se encaminan a sus
empleos. El silencio en esta parte de la Ciudad es macilento pero voluminoso. El
cielo está cerrado y el aire parece oscuro. Se apaga el cigarro por la humedad
de la mañana, el encendedor se descompone y no encuentro con qué solucionarlo,
por último busco en las bolsas de la gabardina negra y encuentro el zippo con
el signo de Leo grabado, enciendo de nuevo el cigarrillo y me adentro al
tráfico de la avenida pensando que de vez en cuando debería practicar lo que
predico. A través del parabrisas veo el cielo y la ciudad, lo
humano, lo divino, la imperfección y la muerte...